Desde hace veinte años trabajo como periodista de moda y belleza, y desde entonces he descubierto que mi trabajo puede ser un servicio público. Sí, como lo lees. Resulta que desde que empecé a trabajar en esto, mis amigas, que son muy generosas, confían en mi criterio para recomendarles de todo.
Reconozco que hay algo en lo que disfruto especialmente, acompañarlas de compras, de lo que sea. Yo me pongo a su servicio. Si es una tienda de moda, me muevo por los percheros como si de una nadadora de sincronizada se tratara. Y voy eligiendo piezas que sé que les van a encajar y me llena de orgullo cuando he acertado y las veo felices al cabo del tiempo con ellas. Además, es un gran enfoque para no gastar, me ocupo de ellas y así dejo en paz mi armario.
Pasa lo mismo cuando vienen a casa y abrimos mi cajón del baño en busca de una máscara de pestañas que les funcione, la última polvera que he guardado para mí, la satisfacción de dársela y que la disfruten no tiene parangón. Es una de las cosas buenas de este trabajo, solo proporcionas felicidad a tus semejantes. Incluso en mis artículos, son todos casi de ‘autoayuda’. ¿Qué más se puede pedir?